El liderazgo es la capacidad de transformar la visión en realidad.
Warren Bennis.
Había una vez un pequeño niño cuyo nombre era Arquímedes. Vivía en un pequeño y olvidado reino montañoso ubicado entre la vieja Europa y el Medio Oriente llamado Anguristán. Era hijo de Arcadio, hombre bondadoso y muy querido por sus vecinos por su lealtad, su honestidad y responsabilidad. Arcadio había hecho fortuna como artesano fabricante de arcos hacía ya algunos años Conservaba todos los elementos requeridos y, aunque sólo vendía algunas de sus creaciones a cazadores, no descuidaba su técnica y su arte.
Por su parte, Arquímedes, curioso e incansable preguntón, era muy querido por su padre, quien valoraba y fomentaba su inquietud y curiosidad. Desde que su hijo era pequeño, respetó su individualidad y el talento de su hijo para ver las cosas de una forma diferente, educándolo para soñar con cosas más grandes e infinitas.
En efecto, Arquímedes pasaba mucho tiempo soñando. Una noche en que paseaba por el campo, iluminado por una hermosa Luna llena, Arquímedes comenzó a preguntarse ¿cómo sería la Luna por dentro? ¿qué habría en ella? ¿cómo sería su superficie? ¿cuánto tardaría para llegar a ella? ¿quiénes vivirían allí? Arquímedes estaba sumido en sus pensamientos, cuando de pronto le vino a la mente una idea, ¿qué tal si pudiera mandar una flecha desde la Tierra hasta la Luna y amarrarla con una cuerda para que dicha cuerda le sirviera para llegar a ella? No sólo saciaría su curiosidad, sino que habría llegado donde ningún otro hombre.
Pronto, Arquímedes se vio sumergido en un cúmulo de ideas, tareas y planes que resultaban necesarios para poder cumplir con su sueño. No había actividad imposible, no había recurso inalcanzable, todos y cada uno de sus pensamientos se acomodaban en etapas lógicas que lo llevarían por el camino de su objetivo, ¿tiempo? Sobraba, al fin y al cabo, estaba bastante joven para iniciar. Era tal su determinación, que comenzó a desarrollar un cuidadoso plan que le permitiera cubrir poco a poco cada etapa de su alocado proyecto.
Cuando Arquímedes le planteó a Arcadio lo que se proponía, su padre decidió seguirle la corriente y dejar que el destino siguiera su curso, sin siquiera saber a través de cuáles extraños caminos su hijo encontraría el éxito y la prosperidad. Al saberse apoyado por su padre, Arquímedes reforzó aún más la seguridad que tenía en sí mismo y su proyecto, obteniendo el coraje necesario para llevar a cabo las difíciles tareas y para soportar con estoicismo las burlas de sus compañeros, quienes se reían a carcajadas cuando Arquímedes les contaba que pensaba llegar a la Luna montado en una cuerda amarrada a una flecha.
Su voluntad y determinación lo hacían casi inmune a las bromas y chistes de sus compañeros de escuela, pero además tenía la capacidad de hacer que quienes se burlaban de él terminaran admirándolo. Lo primero que hizo, fue pedirle a su padre un arco y unas flechas y que le enseñara a manejarlos con destreza. Siguiendo con sus deseos, su padre se dedicó a enseñar a su hijo los secretos del manejo del arco y las flechas, así como el arte que haría de un arco un instrumento excepcional. Muy emocionado con esto, Arquímedes dedicaba sus horas libres durante el día, a practicar el tiro al blanco y por las noches apuntaba sus flechas hacia la Luna e intentaba llegar cada vez más lejos con ellas.
Muy pronto, Arquímedes se convirtió en un diestro arquero y un experto artesano. Sorprendía a su padre corrigiendo problemas de diseño y pidiendo consejo sobre cómo mejorar la madera de sus arcos, la calidad de las cuerdas, e incluso la forma de las flechas. Su padre, además de enorgullecerse, cada día se sentía más comprometido con la calidad de la fabricación.
Al cumplir Arquímedes los catorce años, su padre ya había alcanzado fama por ser el mejor fabricante de arcos y flechas de toda la región y constantemente era visitado por emisarios de lejanos países que buscaban su arte y sus productos. Arcadio accedía siempre a revisar y ayudar a mejorar el diseño de otros arcos, pero los suyos, estaban reservados para el rey de Anguristán.
Por su parte, el hijo había conformado ya todo un ejército de jóvenes admiradores que, siguiendo sus pasos, se volvieron diestros en el manejo del arco y la flecha y compartían la visión de llegar a la Luna y acompañar a Arquímedes en sus proezas. Definitivamente, ya no era solo un loco soñador, sino un líder que inspiró a muchos otro y que gracias a su determinación hizo que su visión, por imposible que pareciera, trascendiera.
Arquímedes ponía mucha atención a las ideas y sugerencias que le hacían sus compañeros de aventura. Cada aspecto clave que era señalado por ellos era inmediatamente incorporado al plan. Arquímedes aprendió a escuchar porque estaba seguro de que era imposible para él solo completar la difícil tarea.
Sin embargo, parecía que los años de paz estaban por finalizar en el reino. El viejo Rey Angus III se encontraba muy enfermo, sin heredero, y los rumores de posibles ataques de los pueblos bárbaros del norte se hacían cada vez más fuertes. Estas noticias generaban gran angustia y mucha turbulencia en el reino. La preocupación de la población de Anguristán y de todos los reinos vecinos iba creciendo cada vez más.
Un día Arquímedes recibió un mensaje del Rey, quien quería reunirse con él lo más pronto posible. Sin pensarlo dos veces, Arquímedes se dirigió al palacio y lo encontró postrado en su lecho de enfermo. El Rey se mostró interesado en los planes para el viaje a la Luna, pero pronto hizo ver la verdadera fuerza que había construido con su proyecto. Serían ellos, Los Arqueros de la Luna, como los nombró, quienes acudirían a la defensa del reino y evitarían que los bárbaros impusieran el caos en estas pacíficas regiones.
Al principio Arquímedes se desilusionó. Nunca había pensado en su proyecto como una empresa militar. Sin embargo, el amor que sentía por su tierra y el aprecio que tenía por su rey, le hicieron armarse de valor y convocar a todos aquellos que le seguían hacia la frontera del reino, donde se encontrarían con los invasores.
El combate no fue necesario. La fama de Los Arqueros de la Luna los precedía y los invasores consideraron que frente a aquellos hombres, que se decía, habían ido a la Luna tan sólo con la fuerza de sus arcos y flechas, no tendrían oportunidad y se retiraron hacia otras tierras que pensaban podrían vencer. El reino de Angustirán había conseguido una pacífica victoria. La gente no podía estar más feliz, el júbilo y la alegría llenaron el corazón de todos los habitantes, quienes celebraron a sus héroes con música, desfiles y arcos de flores.
A su regreso, el Rey le pidió a Arquímedes que, entre todas las riquezas del reino, escogiera su recompensa. Pero él ya estaba prendado y lo que pidió al Rey fue la mano de su hija, la princesa Almadiana, si ella así lo deseaba. A la celebración de la victoria, se unió la celebración del matrimonio. Pocas épocas fueron de tanta dicha para el reino. En cuanto a Arquímedes, aun cuando nunca flechó la Luna ni llegó hasta ella, comprendió que su visión fue el gran motor que impulsó su vida y motivó a los suyos, su padre, sus seguidores y al reino entero, a vivir en paz, libertad y tranquilidad por muchos años más. Incluso muchos años después, se cuenta, el rey Arquímedes salía al balcón del palacio en las noches, y tras meditar un tiempo, disparaba una flecha al cielo, flecha que todos estaban seguros, llegaba hasta la Luna.
Tener claridad en tu visión de lo que quieres lograr, puede llevarte a conseguir objetivos que no habías visibilizado. Construye tu visión como líder, transmítela y enriquécela con tu equipo y logren juntos resultados extraordinarios para el bien de ustedes y de su organización. Déjanos saber lo que piensas en los comentarios, comparte con tus amigos y no te olvides de seguirnos en nuestras redes sociales y suscribirte a nuestro newsletter mensual. Escucha también nuestro podcast para profundizar en estos temas y continúa con nosotros esta conversación en cualquiera de los canales que tenemos para ti.