Tenemos tanto miedo de ser juzgados que buscamos cualquier excusa para procrastinar.
Erica Jong
La procrastinación es algo común. Todos, en algún momento, hemos pospuesto tareas importantes para hacer otras más fáciles, menos demandantes o simplemente más agradables. A veces lo hacemos de forma casi automática, sin pensar demasiado. Pero otras veces somos plenamente conscientes de que estamos evitando algo y eso nos genera culpa, estrés y frustración. Lo más importante que debemos entender es que procrastinar no es sinónimo de pereza. Detrás de esta conducta suele haber causas más profundas, que vale la pena explorar.
¿Por qué procrastinamos?
Aunque muchas personas asocian la procrastinación con la pereza o la falta de disciplina, en realidad suele estar relacionada con factores emocionales y cognitivos. Procrastinar es, muchas veces, una forma de lidiar con el miedo: miedo al fracaso, al rechazo, al juicio, incluso al éxito. También puede surgir de la inseguridad personal, la falta de confianza en las propias capacidades o el perfeccionismo, que nos hace sentir que nunca estamos listos para empezar.
En otros casos, la procrastinación tiene que ver con el cansancio emocional o la sobrecarga mental. Cuando estamos agotados o sentimos que una tarea es demasiado grande o abrumadora, preferimos posponerla antes que enfrentarla. Otras veces simplemente no le encontramos sentido a lo que tenemos que hacer, y nos cuesta conectar con su propósito.
El impacto de la procrastinación
Procrastinar ocasionalmente no representa un gran problema. Sin embargo, cuando esta conducta se convierte en un patrón, puede tener un impacto negativo en distintos aspectos de nuestra vida. Aumenta los niveles de estrés, disminuye la productividad, genera sentimientos de culpa y afecta nuestra autoestima. Además, puede dañar nuestras relaciones personales y profesionales, ya que incumplimos compromisos o dejamos pendientes tareas que afectan a otros.
Uno de los efectos más importantes de la procrastinación es la sensación de estancamiento. Sentimos que el tiempo pasa, pero no avanzamos. Perdemos oportunidades, nos frustramos y nos cuesta recuperar el foco.
¿Cómo dejar de procrastinar?
Superar la procrastinación no se trata solo de tener mejores listas de tareas o usar apps de productividad. Implica entender nuestras emociones, trabajar nuestras creencias y adoptar estrategias que nos ayuden a reconectarnos con lo importante. Un primer paso puede ser identificar qué emoción está detrás de la postergación. También puedes dividir las tareas grandes en acciones pequeñas y concretas, enfocándote en el propósito de lo que haces y practicar la autocompasión cuando te sientas bloqueado.
Aprender cómo dejar de procrastinar es un proceso que requiere conciencia, práctica y paciencia. No se trata de eliminar la procrastinación de un día para otro, sino de reconocerla, comprenderla y comenzar a responder de forma diferente.
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